miércoles, julio 06, 2005

Tengo el gesto bordeado de lazos.
Me tienta el pasaje de centauros pero las náufragas lunares desquiciaron la voz.
Ahora todas las voces de todos los muertos te nombran entre las figuras cerradas de sed.
Pido una piedra que no sea preciosa para tallar el nombre
ella
en mis mandíbulas de plástico.
El centro del ojo quedó abierto a la sombra.
Me escribo de ríos.
¿Las palabras se pueden violar?
No importa.
Yo la violo.
Es una excitación con ecos quejumbrosos:
detener la mano antes del gemido.
Desear el hueco que queda entre el silencio y la huida.
Porque de eso de trata.
Huir.
Tejer un pasadizo en medio de los cuentitos de terror que me dictan las entrañas.
Comérmelos.
Los niñitos de viento duermen la hierba.
Todo se vuelve perfil.
La sucesiva cabeza sin forma en el borde de la cama
en el borde de la firma.

Y no se encuentran.

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