Detrás de la pared azul con sapos amarillos algunos desatan los nudos de una corbata.
Ellos se mecen en la hamaca con ruedas de elefante.
Ellos marcan el símbolo omitido.
Delante de la puerta sin marcos,
un aroma putrefacto se desprende del último sonido.
Y se aleja.
Como ellos.
Los autómatas caminan por el jardín.
Se bañan en el sueño de mariposas sin alas.
Se mezclan,
se asemejan,
se huyen,
se aíslan.
Algún aullido logra dejarles entre manos el sabor del último contexto de quimeras. Sólo el emboque bajo una imagen sin nombre ni esencia.
Convento de esquizos:
una pasión sin orgasmos
una bisectriz que escapa del poder.
El despliegue más urgente de las intensidades.
La salida más próxima.
Alguien pasea con ellos.
Alguien es ellos.
Se entrega,
me entrega.
Ellos comen de la lógica y, segura de complacerlos, suicida miniaturas de razón.
Quizás los dedos arácnidos estén tejiendo la última tela de arañas.
Quizás cuando todos los cuerpos estén cubiertos por sus propias telas el punto de invasión no se quiebre.
Sin embargo, mientras la espera es vetusta,
los trajes blancos descarnan la amenaza
quieren saciarse de mamas vacías y robar niñas pernoctadas.
Es extraña aquella señora con pollera azul;
usa las palabras
para arrancar culos del almanaque vacío.
Yo, en cambio,
las pienso, las guardo,
las transporto a los locus internos y luego,
de a poco,
me las como.
Me como las palabras pequeñas y las grandes.
No importa si declinan igual que magnus-maior-maximus
o
como parvus-minor-minimus,
todas me ayudan a sobrevivir.
A pesar de no tener hambre igual trepido,
tirito bajo el audio desgajado de niños malditos.
Un chupete cuelga de la reja. No pudo entrar.
Un cielo de escamas uva y dientes de temblor
en la noches de agujas con semen.
Ellos lo inyectan
ellos inyectan a todos.
Tenemos miedo.
Tenemos los ojos sangrientos de pudor y asco.
Tenemos el sueño más eterno y más interrumpido.
Alguien sigue golpeando la puerta pero es lejano.
El sonido se escapa y no saben si quieren alcanzarlo.
Sólo disgregarse en él,
usarlo para escalar la montaña que está bajo la cama.
Y cuando lleguen a la sima descargarlos
sobre el mundo
mudo
de nudos de corbatas y trajes blancos.
Aplastarlos,
consumirlos,
agujerearlos y jugar,
por fin,
sola
con palabras.
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